Una oportunidad histórica para la liberación
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Una oportunidad histórica para la liberación latinoamericana
Año 7. Edición número 326. Domingo 17 de agosto de 2014
La política de Estados Unidos hacia la región ha sido posible por el fracaso de la unidad de nuestras naciones.
La consolidación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) puede representar un punto de inflexión para la región frente al hegemonismo norteamericano. Esta contraposición entre “americanismo” y “panamericanismo” data desde la formación misma de los Estados nacionales en la región. Analizar las raíces históricas de ese contrapunto resulta un dato importante para comprender la importancia de fortalecer el proyecto de la “Patria Grande” en la actualidad.
En el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, el venezolano Simón Bolívar intentó plasmar los objetivos fijados en la tenida de la Gran Reunión Americana impulsada por Francisco de Miranda, que buscaban la unidad del continente. Sin embargo, se encontró con reparos de otros “Caballeros Racionales”, como se conocía a los miembros de las Logias independentistas, que no acompañaron la patriada. Es que paralelamente, unos años antes, en 1823, el presidente James Monroe expuso ante el Congreso norteamericano las ideas de John Quincy Adams acerca del interés de ese país sobre las ex colonias españolas.
El panamericanismo norteamericano se vio favorecido por el fracaso de la unidad latinoamericana, que quedó convertida en una veintena de centros portuarios vinculados al comercio internacional, parafraseando a Abelardo Ramos, ofreciendo el producto que le había asignado producir la división internacional del trabajo y que beneficiaba a un puñado de terratenientes devenidos en clases dominantes de esos países ahora dependientes. A lo largo de casi dos siglos, Estados Unidos intentó sostener su hegemonía en la región en la Conferencia Panamericana de Washington en 1889/1890. Allí, impulsaba la formación de un organismo supranacional y una unión aduanera, que frente a la expansión industrial norteamericana, subsumía a la región bajo su dependencia económica.
Paradójicamente, en esa oportunidad, la más férrea oposición la encontró de la delegación argentina, compuesta por Manuel Quintana y Roque Saénz Peña. Este último sostuvo que “América se inclina a mantener y desarrollar las relaciones con todos los Estados y la doctrina debe ser: América para la Humanidad”, en un locuaz mensaje contra la idea de “American for Americans”. Casi en la misma sintonía que contrapuso Néstor Kirchner contra el “Consenso de Washington” en la IV Cumbre de las Américas de 2005, responsabilizando a los países centrales del endeudamiento de la región.
En ese encuentro, Estados Unidos no logró la totalidad de sus objetivos, pero se constituyó una “Oficina Internacional de Repúblicas Americanas” que sería la base de la “Unión Panamericana” creada en Buenos Aires en 1910. Sin embargo, el intervencionismo norteamericano mostró su cara más cruda hacia 1902, cuando el presidente Theodore Roosevelt dio la aprobación y se sumó al bloqueo de los puertos venezolanos realizado por Inglaterra y Alemania, a las que se les sumaría también Italia, en reclamo de deudas contraídas por ese país y su declaración de insolvencia, hoy entendido como “default”. Quizás en la actualidad el juez Griesa se apoya en esa visión prepotente, haciendo bloqueos a los fondos de pago de Argentina, sin tener en cuenta una doctrina que data de esa época, expresada por el argentino Luis María Drago, que sostenía que el uso de la fuerza militar, ahora institucional, era inaplicable a las relaciones entre deudores y acreedores.
De hecho, en ese período, el mismo Theodore Roosevelt impulsa el “Bick Stick” como política sobre los países caribeños y de Centroamérica. En ese contrapunto, serían Argentina, Brasil y Chile los que articularían la visión del ABC, como una acción multilateral de contrapunto sobre el intervencionismo norteamericano. Hoy las tres rosas que gobiernan esos países, Dilma, Cristina y Michelle, reeditan este contrapunto en la región.
Si bien la crisis del ’30 propició un buen momento para articular lazos en la región, esta posibilidad se demoraría tanto por los intentos de Argentina, que se arrodillaría ante Gran Bretaña para que la reconozca como su colonia en el tratado Roca-Runciman, como por la capacidad de Estados Unidos de propiciar una nueva relación con la región, ahora Franklin Roosevelt impulsaría la política de “buena vecindad” como antesala a la formación de la Organización Americana de Estados, que tuvo su constitución precipitada con el ingreso del país norteamericano a la Segunda Guerra Mundial, quien presionó a la región para que se sumen al conflicto, encontrando eco especialmente en México, Colombia y Brasil, donde incluso los aviadores brasileños fueron decisivos en la conquista de Italia. Sin embargo, Estados Unidos incumplió los compromisos de la OEA durante el conflicto de Malvinas, no solo al no intervenir frente a una agresión externa de un país miembro, sino que además apoyó al agresor.
Durante la posguerra, América latina encontró ciertos espacios para propiciar articulaciones multilaterales. Cabe destacar la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALAC); la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) o el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA); junto a otros espacios subregionales como el Mercado Común del Sur (Mercosur); la Comunidad Andina de Naciones (CAN) o el Mercado Común Centroamericano (MCCA). Sin embargo, Estados Unidos tras intentar reordenar socialmente la región desde la Escuela de las Américas, durante la ofensiva neoliberal de los noventa, impulsó la Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que buscaba subsumir la región al accionar transnacional de sus empresas.
Además de contraponer la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), Hugo Chávez acompañó la posición de Néstor Kirchner con su famoso ¡ALCA al carajo!, que echó por tierra las pretensiones panamericanistas y propició un nuevo marco durante el siglo XXI, sumado al dominó de gobiernos populares en la región. Así, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) constituida en Brasilia el 23 de mayo de 2008, que cobró plena vigencia con la ratificación de los Estados el 4 de mayo de 2010, centrado en acuerdos que van más allá de lo económico, con objetivos en educación, cultura, democracia y desarrollo.
Este derrotero de la Unidad Latinoamericana reencuentra una oportunidad en la conformación de la Celac, impulsada el 23 de febrero de 2010, en la Cumbre de la unidad de América Latina y el Caribe, en México, y constituida el 3 de diciembre de 2011, en Caracas. Es que es la primera vez que en el continente de América latina y el Caribe se conforma un espacio donde toda la región se reúne sin la tutela de Estados Unidos. No sólo eso, porque si bien en la I Cumbre, realizada en Chile, el anfitrión de entonces, Sebastián Piñera, intentó presentar esta reunión como un mero foro de debate, desde la II Cumbre en La Habana, el organismo declaró sus intenciones y objetivos en base a una acción de cooperación para el desarrollo.
Sin duda, un espacio integrado por 590 millones de habitantes en una extensión territorial de más de 20 millones de kilómetros cuadrados da una oportunidad de desarrollo sin precedentes en la historia de la región. Pero además, esta nueva configuración marca la posibilidad de establecer un nuevo funcionamiento institucional en el continente, que preserve los intereses sustentables y los derechos sociales de su población.
Además, permite una nueva relación con otros bloques, rompiendo el esquema de negociaciones bilaterales tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea. El resultado de esto puede citarse la Cumbre UE-CELAC, realizada en Santiago de Chile, y el Foro China-Celac celebrado hace un mes en Brasilia, que tuvo de antesala la reunión de la VI Cumbre del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) donde varios países del continente estuvieron invitados.
Por lo expuesto, el continente se encuentra con su mejor oportunidad histórica para concretar un proyecto de integración, que además no se reduce a una lógica económica, tal como lo mostró el accionar de la Unasur en defensa del orden institucional democrático en la región. Quizás, ese sueño bolivariano pueda vivirse en la América de hoy.
En el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, el venezolano Simón Bolívar intentó plasmar los objetivos fijados en la tenida de la Gran Reunión Americana impulsada por Francisco de Miranda, que buscaban la unidad del continente. Sin embargo, se encontró con reparos de otros “Caballeros Racionales”, como se conocía a los miembros de las Logias independentistas, que no acompañaron la patriada. Es que paralelamente, unos años antes, en 1823, el presidente James Monroe expuso ante el Congreso norteamericano las ideas de John Quincy Adams acerca del interés de ese país sobre las ex colonias españolas.
El panamericanismo norteamericano se vio favorecido por el fracaso de la unidad latinoamericana, que quedó convertida en una veintena de centros portuarios vinculados al comercio internacional, parafraseando a Abelardo Ramos, ofreciendo el producto que le había asignado producir la división internacional del trabajo y que beneficiaba a un puñado de terratenientes devenidos en clases dominantes de esos países ahora dependientes. A lo largo de casi dos siglos, Estados Unidos intentó sostener su hegemonía en la región en la Conferencia Panamericana de Washington en 1889/1890. Allí, impulsaba la formación de un organismo supranacional y una unión aduanera, que frente a la expansión industrial norteamericana, subsumía a la región bajo su dependencia económica.
Paradójicamente, en esa oportunidad, la más férrea oposición la encontró de la delegación argentina, compuesta por Manuel Quintana y Roque Saénz Peña. Este último sostuvo que “América se inclina a mantener y desarrollar las relaciones con todos los Estados y la doctrina debe ser: América para la Humanidad”, en un locuaz mensaje contra la idea de “American for Americans”. Casi en la misma sintonía que contrapuso Néstor Kirchner contra el “Consenso de Washington” en la IV Cumbre de las Américas de 2005, responsabilizando a los países centrales del endeudamiento de la región.
En ese encuentro, Estados Unidos no logró la totalidad de sus objetivos, pero se constituyó una “Oficina Internacional de Repúblicas Americanas” que sería la base de la “Unión Panamericana” creada en Buenos Aires en 1910. Sin embargo, el intervencionismo norteamericano mostró su cara más cruda hacia 1902, cuando el presidente Theodore Roosevelt dio la aprobación y se sumó al bloqueo de los puertos venezolanos realizado por Inglaterra y Alemania, a las que se les sumaría también Italia, en reclamo de deudas contraídas por ese país y su declaración de insolvencia, hoy entendido como “default”. Quizás en la actualidad el juez Griesa se apoya en esa visión prepotente, haciendo bloqueos a los fondos de pago de Argentina, sin tener en cuenta una doctrina que data de esa época, expresada por el argentino Luis María Drago, que sostenía que el uso de la fuerza militar, ahora institucional, era inaplicable a las relaciones entre deudores y acreedores.
De hecho, en ese período, el mismo Theodore Roosevelt impulsa el “Bick Stick” como política sobre los países caribeños y de Centroamérica. En ese contrapunto, serían Argentina, Brasil y Chile los que articularían la visión del ABC, como una acción multilateral de contrapunto sobre el intervencionismo norteamericano. Hoy las tres rosas que gobiernan esos países, Dilma, Cristina y Michelle, reeditan este contrapunto en la región.
Si bien la crisis del ’30 propició un buen momento para articular lazos en la región, esta posibilidad se demoraría tanto por los intentos de Argentina, que se arrodillaría ante Gran Bretaña para que la reconozca como su colonia en el tratado Roca-Runciman, como por la capacidad de Estados Unidos de propiciar una nueva relación con la región, ahora Franklin Roosevelt impulsaría la política de “buena vecindad” como antesala a la formación de la Organización Americana de Estados, que tuvo su constitución precipitada con el ingreso del país norteamericano a la Segunda Guerra Mundial, quien presionó a la región para que se sumen al conflicto, encontrando eco especialmente en México, Colombia y Brasil, donde incluso los aviadores brasileños fueron decisivos en la conquista de Italia. Sin embargo, Estados Unidos incumplió los compromisos de la OEA durante el conflicto de Malvinas, no solo al no intervenir frente a una agresión externa de un país miembro, sino que además apoyó al agresor.
Durante la posguerra, América latina encontró ciertos espacios para propiciar articulaciones multilaterales. Cabe destacar la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALAC); la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) o el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA); junto a otros espacios subregionales como el Mercado Común del Sur (Mercosur); la Comunidad Andina de Naciones (CAN) o el Mercado Común Centroamericano (MCCA). Sin embargo, Estados Unidos tras intentar reordenar socialmente la región desde la Escuela de las Américas, durante la ofensiva neoliberal de los noventa, impulsó la Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que buscaba subsumir la región al accionar transnacional de sus empresas.
Además de contraponer la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), Hugo Chávez acompañó la posición de Néstor Kirchner con su famoso ¡ALCA al carajo!, que echó por tierra las pretensiones panamericanistas y propició un nuevo marco durante el siglo XXI, sumado al dominó de gobiernos populares en la región. Así, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) constituida en Brasilia el 23 de mayo de 2008, que cobró plena vigencia con la ratificación de los Estados el 4 de mayo de 2010, centrado en acuerdos que van más allá de lo económico, con objetivos en educación, cultura, democracia y desarrollo.
Este derrotero de la Unidad Latinoamericana reencuentra una oportunidad en la conformación de la Celac, impulsada el 23 de febrero de 2010, en la Cumbre de la unidad de América Latina y el Caribe, en México, y constituida el 3 de diciembre de 2011, en Caracas. Es que es la primera vez que en el continente de América latina y el Caribe se conforma un espacio donde toda la región se reúne sin la tutela de Estados Unidos. No sólo eso, porque si bien en la I Cumbre, realizada en Chile, el anfitrión de entonces, Sebastián Piñera, intentó presentar esta reunión como un mero foro de debate, desde la II Cumbre en La Habana, el organismo declaró sus intenciones y objetivos en base a una acción de cooperación para el desarrollo.
Sin duda, un espacio integrado por 590 millones de habitantes en una extensión territorial de más de 20 millones de kilómetros cuadrados da una oportunidad de desarrollo sin precedentes en la historia de la región. Pero además, esta nueva configuración marca la posibilidad de establecer un nuevo funcionamiento institucional en el continente, que preserve los intereses sustentables y los derechos sociales de su población.
Además, permite una nueva relación con otros bloques, rompiendo el esquema de negociaciones bilaterales tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea. El resultado de esto puede citarse la Cumbre UE-CELAC, realizada en Santiago de Chile, y el Foro China-Celac celebrado hace un mes en Brasilia, que tuvo de antesala la reunión de la VI Cumbre del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) donde varios países del continente estuvieron invitados.
Por lo expuesto, el continente se encuentra con su mejor oportunidad histórica para concretar un proyecto de integración, que además no se reduce a una lógica económica, tal como lo mostró el accionar de la Unasur en defensa del orden institucional democrático en la región. Quizás, ese sueño bolivariano pueda vivirse en la América de hoy.
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