Las damas mueven. Miradas al Sur. Por Ricardo Romero
Las damas mueven el tablero
El diario Clarín destacaba en su edición del 2 de enero pasado que la presidenta de Brasil Dilma Rousseff no había citado a la Argentina en su discurso de asunción. En menos de 24 horas, se esfumó ese intento de buscar discordias bilaterales, cuando los cancilleres de ambos países anunciaron que la mandataria brasileña fijaba a Buenos Aires como primera visita internacional. Este offside periodístico elude los condicionamientos estructurales que tienen ambos países, tanto históricos como coyunturales, que los relaciona en forma estratégica y preponderante. Al elegir a nuestra nación como principal escala diplomática, Dilma reafirma el énfasis que pondrá en la política exterior en relación con los países del Sur, tanto en América como hacia las naciones pobres o emergentes. Además, buscará continuar con las líneas políticas entabladas en instancias del bloque Unasur y la proyección de Brasil en otros niveles de cooperación internacional, especialmente en el sistema ONU, donde busca ocupar una silla en su consejo permanente.
Por otra parte, se produce un hecho histórico, con el encuentro de dos mujeres al frente de estos Estados. Al ganar la elección presidencial brasileña, la jefa de Estado argentina Cristina Fernández ya le había dicho a su par: “Bienvenida al club de las compañeras de género”. Dilma, al igual que su colega argentina, tiene el desafío de marcar su propio perfil en la gestión y potenciar la popularidad que hereda de Luiz Inácio Lula da Silva. En este sentido, la relación con Cristina abre la posibilidad de mostrar capacidades de conducciones femeninas para trabajar en el armado de una agenda común, especialmente desde, hacia y para mujeres; y esta perspectiva de género será una impronta diferente a la relación Lula-Néstor Kirchner.
En primera instancia, la llegada de Dilma refuerza lazos de convergencia tanto en la integración económica como en la política de ambos países en el escenario latinoamericano y mundial. Mañana, ya en Buenos Aires, la presidenta de Brasil tiene una agenda con una maratónica lista de actividades, que van desde reuniones con Cristina Fernández, y otras ampliadas con sus ministros, hasta la visita al Museo de la Memoria, donde se entrevistará con Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, reafirmando así su interés por la política de derechos humanos.
Además de repasar los programas sociales desarrollados en ambos países, esta nueva etapa implicará pasar de acuerdos comerciales a políticas de desarrollo que permitan una integración equilibrada. En este encuentro, la agenda de trabajo se centra en profundizar una relación económica a partir de inversiones en infraestructura y desarrollo que faciliten la articulación de cadenas productivas, recursos energéticos y la circulación de productos. En definitiva, pasar de un mercado a un espacio económico común.
De hecho, Dilma le propondrá a Cristina generar un “centro” que fije acciones en ese sentido. Con la Argentina, el objetivo es generar un polo industrial del sur que dinamice la integración productiva en algunos sectores, como la industria automotriz, donde “hubo una cierta desnacionalización de la producción de autopartes”, afirmó el asesor en relaciones internacionales brasileño Marco Aurelio García. La agenda prevé, entonces, temas como la articulación productiva en segmentos como la industria automotriz, la generación energética, como la creación de una usina hidroeléctrica en Garabí o la represa en Neuquén, y la de recursos como la explotación en conjunto de las reservas petroleras del Pre-Salt. Estas líneas se profundizan con planes de transporte y acuerdos técnico-productivos, reforzando un estilo de gobierno que valoriza las relaciones regionales, especialmente con América del Sur.
Esta iniciativa se complementaría con la explotación de la producción petrolera y la generación energética. Los megayacimientos del Pre-Salt, descubiertos en aguas profundas del litoral atlántico, a la altura de Río de Janeiro y Espíritu Santo, convirtieron a Brasil en país petrolero, que lo libera de vaivenes del precio internacional del crudo y dinamiza otras industrias, como la petroquímica. A esto, se suman las inversiones que se quieren hacer en la generación de energía.
Previamente, en la reunión de ministros del 10 de enero pasado, donde se planificó la visita, se acordó la firma de la creación de una hidroeléctrica binacional en Garabí –frontera entre Rio Grande do Sul y Corrientes–, un complejo que se estaría ejecutado en 2012 con una usina que generará unos 2.900 megavatios. Además, se abordará el financiamiento de 728 millones de dólares para la construcción de una represa sobre el río Neuquén, con fondos provistos del Banco Nacional de Desarrollo de Brasil, entre otras inversiones. En definitiva, la visita de Dilma Rousseff confirma la convergencia de ambos países en un futuro de construcción común.
De la guerra a la amistad. Las emergentes Provincias Unidas del Río de la Plata (1810) y el incipiente Imperio Brasileño (1822) comenzaron su vida independiente con una guerra (1825-1828) por la Banda Oriental (o Provincia Cisplatina) que terminó con la constitución de la República del Uruguay (1828). Posteriormente, en otra guerra (1865-1870), fueron aliados contra el Paraguay, que concluyó con la desarticulación de la estructura de relaciones económicas del virreinato, centradas en la Cuenca del Plata, como sostienen algunos historiadores.
Con la formación de los estados nacionales y su inserción en el capitalismo mundial a finales del siglo XIX, los países del Cono Sur se desarrollaron con fuerte vínculos hacia el centro europeo y EE.UU., sin relaciones comerciales sustanciales entre ambos, y sólo con algunos acercamientos políticos, como el apoyo del republicanismo desde 1889 o el acuerdo internacional del ABC (junto a Chile) en 1915, firmado frente al expansionismo norteamericano.
Sin embargo, los gobiernos de la Argentina y del Brasil tenían profundas desconfianzas geoestratégicas que mantuvieron hasta pasada la posguerra. Recién en los setenta, las alianzas anticomunistas de los militares generaron un acercamiento. Los lazos comerciales, impulsados por el desarrollismo, que promovía acuerdos regionales como Alalc o Aladi, tomaban cuerpo con un trasfondo de represión y desapariciones.
Con la democracia, los presidentes Sarney y Alfonsín firmaron un acuerdo en 1986, el Pice (Programa de Intercambio y Cooperación Económica), para fortalecer las instituciones republicanas, que sentó las bases para la constitución del Mercosur en 1991, que funcionó por un tipo de cambio alto, que favoreció el comercio intrazona, y declinó con las devaluaciones.
Tras la crisis neoliberal de 2001, la llegada de Néstor Kirchner, junto a Lula da Silva en Brasil, profundizó lazos económicos y se avanzó hacia nueva dinámica política, con alianzas con otros países de la región y otras bases institucionales como la Unasur, que se contrapusieron a la ofensiva norteamericana del Alca. En definitiva, con estos acuerdos en infraestructura, energía e integración productiva, la visita de Dilma Rousseff profundizará lo mejor de la historia integracionista entre los dos países.
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